¿Quién no identifica Burgos con las agujas de su Catedral? Si algo la caracteriza y distingue de otros templos catedralicios es la esbeltez que le otorgan sus agujas; dos joyas que Juan de Colonia empezó a levantar en el siglo XV. Para descubrir la Catedral en su conjunto y admirar sus portadas, es imprescindible recorrer su perímetro que transcurre entre la Plaza de Santa María, la calle de Fernán González, la Llana de Afuera y la plaza del Rey San Fernando.
Su construcción se inició en 1221, siguiendo patrones del gótico francés. En su origen, el templo respondía a una sencilla planta de cruz latina, con girola y tres naves, a la que posteriormente se fueron añadiendo capillas funerarias destinadas a enterramientos de eclesiásticos y personajes ilustres.
El interior del templo merece una visita detenida, pero si no se dispone del tiempo suficiente, hay tesoros que nadie debería perderse: la capilla de los Condestables, considerada una catedral dentro de la Catedral, obra de Simón de Colonia; la elegante Escalera Dorada, inspirada en el renacimiento italiano; la capilla de Santa Ana, cuyo retablo es una de las obras cumbres de la escultura tardogótica europea; o la tumba del Cid y de su esposa Jimena, que se encuentra en la nave central, a los pies del espectacular cimborrio.
Uno de los atractivos más populares, sobre todo para los más pequeños, es el Papamoscas, un curioso autómata que toca las campanas cada hora mientras abre la boca.