Riberas del Arlanzón

Puede presumir Burgos de contar con una gran cantidad de jardines y paseos alrededor de un protagonista indiscutible y omnipresente en la geografía urbana: el río Arlanzón, eje diferenciador de la villa, cuyas riberas se han recuperado para entretenimiento del paseante. La costumbre del paseo, que forma parte del acervo cultural de las gentes de Burgos, es una de las mejores herencias que nos legó la burguesía metropolitana.

Iniciamos este paseo verde y sosegado en el Puente de Malatos o de los leprosos, fechado en el siglo XIII y posteriormente reconstruido en el XVII. Es lugar de paso de los peregrinos, que lo atraviesan camino del Hospital del Rey.

Precisamente en este puente comienza el Paseo de la Isla, bello rincón cargado de recuerdos y privilegiado jardín botánico en el que conviven castaños, arces, plátanos, hayas, chopos, secuoyas, cedros, cipreses, acebos…

Esta variedad de especies se muestra en generosa armonía con varias obras de arte que parecen surgir de su espesura. En este paseo encontramos los arcos del conde de Castilfalé y más allá la fuente de San Pedro de Arlanza y el jarrón diseñado por Fortunato Julián. El Paseo de la Isla, donde originariamente se aposentó la burguesía burgalesa, se convirtió en el preferido de los ciudadanos en el último tercio del siglo XIX.

Cruzando el puente, ya de regreso, nos encontramos con otra ronda paralela al Arlanzón. Ni tan aristocrático ni tan romántico como el de la Isla, el Paseo del Empecinado recuerda la figura del héroe de la Guerra de Independencia Juan Martín Díez “El Empecinado” y está presidido por el Monumento a las Américas realizado por Andreu Alfaro.

Pero, sin duda, la senda urbana más emblemática es la situada entre los puentes de San Pablo y Santa María. El Paseo del Espolón, fechado en el siglo XVIII, está jalonado por estatuas de la balaustrada del Palacio Real que Carlos III donó a la ciudad, y que representan a protagonistas del Burgos medieval. Este paseo supuso la apertura de la ciudad hacia el exterior de la muralla y se convirtió en el centro de la vida social de la burguesía decimonónica. Junto a elegantes edificios el paso se pobló de cafés y sociedades como el Círculo de la Unión, el Salón de Recreo y el Café Suizo.

Al otro lado del río se sitúa el Paseo del Espoloncillo, construido en los solares de Vega, donde un monolito recuerda el episodio de la marcha del Cid Campeador hacia el destierro. Más adelante nos encontramos con el Paseo de la Quinta. Previamente habremos atravesado el Paseo de la Sierra de Atapuerca, que discurre paralelo al solar donde se encuentra el Museo de la Evolución Humana. El Paseo de la Quinta debe su nombre a una antigua propiedad conocida como la Quinta del Arzobispo, que en el año 1868 se transformaría en un parque público. Este céntrico pulmón constituye hoy un interesante itinerario botánico señalizado. El extremo más próximo al centro urbano reproduce el bosque mediterráneo. En primer lugar está el sabinar, en representación del valle del Arlanza.

El recorrido nos conduce a los pinares de pino piñonero, un alcornocal y otros árboles que podemos encontrar en múltiples zonas de Burgos, como el pino laricio, la encina y los robles quejigo y melojo, especies que marcan la transición hacia la zona atlántica del parque. En esta zona nos topamos con pinares de montaña, un robledal caducifolio y el hayedo, ambos propios de la Sierra de la Demanda y del norte provincial. Este tramo del recorrido finaliza con los bosques mixtos caducifolios, con árboles de hoja caduca (tilos, arces y fresnos), acompañados en ocasiones de especies de hoja perenne como acebo, tejo y madroño. Finalmente, la franja de vegetación más próxima al río reproduce un bosque de ribera.

Continuamos el paseo por la margen izquierda del río Arlanzón hasta el Parque de Fuentes Blancas, uno de los más amplios de Burgos, que cuenta con dotaciones deportivas y de ocio para los más pequeños, con un cámping y con un aula de la naturaleza.